Overblog
Edit post Seguir este blog Administration + Create my blog

FOTOPRESS-RTVL

La muerte en combate de Miguel Enríquez

 

 

 

por Juan García Brun

El 5 de octubre de 1974 el cadáver de Miguel Enríquez estaba frío. Sin embargo su memoria a 49 años prevalece, terca e inmarcesible. Y esto porque la muerte del dirigente mirista parece rivalizar en la historia con la de Allende y se empina en el panteón de revolucionarios inmolados en la lucha.

Sin embargo, ni la de Allende ni la de Enríquez son muertes aleatoriamente heroicas. Las mismas solo secundariamente revelan cualidades de los mártires, porque precisamente la condición del mártir es la de expresar una voluntad colectiva. No resulta por lo mismo relevante a estos efectos determinar exactamente si a Allende lo acribillaron como profetizó o si él mismo tiró del gatillo. Tampoco si fue delación o el simple azar el que permitió finalmente dar con la cúpula mirista en la clandestinidad.

Lo que resulta indultado, es que ese 5 de octubre en calle Santa Fe, Enríquez siguió la suerte de miles de revolucionarios que pagaron con su vida la fidelidad a la causa de los explotados. En un operativo descomunal ordenado por Pinochet, dirigido por Contreras y ejecutado por Krassnoff, el principal dirigente del ala revolucionaria del proceso que encabezara la Unidad Popular —Miguel Enríquez— cae en combate.

Los hechos suficientemente conocidos rubrican la tragedia y constituyen una paradigmática escenificación de lo que ocurrió a toda una generación de revolucionarios. La captura de su compañera —Carmen Castillo— en un avanzado estado de embarazo, contribuyen a acentuar las dimensiones dramáticas y la significación política del mismo.

Se dice —a estas alturas son tantas las versiones— que Allende habría dicho en La Moneda el mismo 11 de septiembre, bajo el fuego graneado de la infantería y el bombardeo de los Hawker Hunter de la FACH que se le dijera a Miguel Enríquez que «ahora era su momento». Entiendo que tal expresión se narra en la convicción de que Allende habría llegado a la conclusión que frustrada la vía pacífica, la vía armada se abría como el único camino.

Dudo de tal versión, porque en su discurso postrero el propio Allende se autocalifica como respetuoso de la Constitución y la ley. Pero de todos modos y con el debido cuidado, podemos tomar tal afirmación como una conclusión colectiva que la propia izquierda atribuye a su máximo dirigente.

Creo que esta licencia narrativa es comparable a la licencia de aquello de que «se abrirán las anchas Alamedas» que hace unos días evidenciara el historiador Jorge Magasich. En efecto, los protagonistas de la transición esculpieron la estatua de Allende y se permitieron alterar el discurso de Allende que originalmente —como se escucha en el audio fuera de toda duda— decía que «los trabajadores abrirán las anchas Alamedas».

El error tiene la clara función política de privar de todo enunciado clasista al discurso del Presidente mártir. Es muy distinto decir que «los trabajadores abrirán» expresión que plantea a la clase una tarea política concreta, al simple, metafísico y pasivo «se abrirán».

Por todo lo anotado está fuera de discusión que las figuras de Allende y Enríquez están indisolublemente ligadas a la causa del Socialismo y escindidas en la cuestión de los métodos. Más allá de las simplificaciones, pareciera que aquella disyuntiva «voto o fusil» se encarnara en la figura de estos dos dirigentes.

Desde tiempos inmemoriales caer en combate es una distinción que en modo alguno empequeñece al caído. Al contrario, la derrota personal no hace sino hacer brillar y resplandecer la causa que alentó su espada. Aquiles era un colérico invencible pero se hizo héroe precisamente por su vulnerabilidad. En este punto no podemos más que inclinarnos frente al gesto final de Enríquez, un gesto que no solo ennoblece la causa revolucionaria, sino que alimenta la llama de esa lucha de quienes seguimos reivindicando —desde distintas posiciones y lugares— esa misma batalla.

Pero rendir homenaje no nos libera de la obligación de observar que la discusión principal en la revolución no se limita a la cuestión de los métodos —que dicho sea de paso obedecen a las reglas de la táctica— sino que se desarrolla fundamentalmente en el plano de la estrategia, del tipo de revolución y de poder que se propugna. Tal es la discusión que plantearan con especial claridad los Cordones Industriales que reclamaron organización independiente de la clase obrera y como proceso, un partido propio para tomar el poder. Porque no bastaba con enunciar las capitulaciones del reformismo, era imprescindible plantear un camino claro de independencia de clase a la vanguardia y al conjunto de los explotados. En este punto ni la Unidad Popular, ni el MIR ni ninguna de las corrientes a la izquierda de la UP fueron capaces de alzarse como el partido de la revolución obrera.

El discurso de Miguel Enríquez en el Caupolicán de calle San Diego, 15 días después del tanquetazo. La escena es electrizante, el discurso un encendido llamado a la contraofensiva. En un momento de dicha intervención Enríquez apunta directamente contra quienes sirviendo los intereses del imperialismo y la burguesía orquestan el golpe fascista: «los Jarpa, los Frei». La audiencia enfervorizada reclama a coro «paredón, paredón». Son aquellos que en «La Batalla de Chile» nos explican pausada y claramente: «los que tenemos la película clara sabemos que el enfrentamiento se va a tener que dar, de un lado la burguesía, del otro lado la clase trabajadora». Son ellos —radical y esencialmente— aquellos silenciados y barridos por el Golpe, la Dictadura y el fascismo, a quiénes corresponde igualmente recordar.

No. No es nostalgia ni martirologio. Es alzar la bandera de nuestra próxima victoria.

Categorías

Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Comentarios

Alojado por Overblog